La imposición de restricciones arancelarias tendrá impactos variables. En Sudamérica, a diferencia de Centroamérica, el principal socio económico es China. Si se elevan los aranceles para todas las importaciones norteamericanas, habría efectos sensibles, pero las decisiones estarán sujetas a las normas de los tratados de libre comercio y a los intereses de Estados Unidos de asegurar el abastecimiento interno

Andrew Jackson (1829-1837) inauguró una tradición que supedita la acción exterior  de los Estados Unidos a sus intereses nacionales y objetivos de política interna norteamericana. Una diplomacia soberanista, nacionalista extrema, pragmática, proteccionista, recreadora del destino manifiesto y de la expansión territorial.

La política exterior de Donald Trump se inspira en esa tradición de ejercicio unilateral del poder nacional de los Estados Unidos, que opone su interés nacional al globalismo: “Al igual que Jackson, yo represento al pueblo estadounidense contra un sistema que a menudo está en su contra”. La referencia a William McKinley en el discurso de asunción del mando reafirma esta tradición nacionalista extrema que recusa todo orden mundial.

Desde el fin de la Guerra Fría, los Estados Unidos han sido un poder unipolar con una potencia cada vez más débil y porosa. Pareciera que Trump, consciente de esta contradicción, ha decidido intentar en su segundo mandato ejercer el poder unipolar forzando al máximo su potencia; es decir, su capacidad coercitiva para obtener que otras naciones adecuen sus decisiones y conductas a sus intereses. El problema que afrontará es que en el sistema internacional actual, salvo situaciones muy específicas, los Estados Unidos no están en capacidad  de imponer unilateral y coercitivamente sus intereses. El poder unipolar se ejercerá bajo la amenaza de su uso y la coerción. Pero, en principio, negociando. El curso de acción adoptado en las relaciones con China prueba este aserto.

En el imaginario diplomático de Trump, América Latina aparece como un escenario ambivalente. Aún resuenan en la región sus declaraciones poco amistosas  y desdeñosas: “(…)nos necesitan mucho más de lo que nosotros los necesitamos. No los necesitamos. Nos necesitan. Todos nos necesitan”.

 No hay coherencia ni sindéresis en esta declaración, si se tiene en cuenta que, al mismo tiempo, la nueva administración ha puesto  como objetivos  esenciales  de su política exterior a corto plazo “recuperar” el canal de Panamá, proceder a  las deportaciones masivas a México,  la militarización de la frontera, el trato de terroristas a los cárteles del fentanilo e imponer aranceles no contemplados en el TLC bilateral a las exportaciones mexicanas. 

América Latina no será una prioridad en la diplomacia global de Washington, pero las relaciones con México y Panamá ya lo son. 

La presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, ha asumido una actitud responsable, serena y equilibrada. Ha reafirmado con firmeza el ejercicio de la soberanía e independencia de México y aprobado una estrategia jurídica y social para recibir a los  migrantes expulsados.  Al mismo tiempo, ha llamado a la calma, enfatizando que las diferencias se deben resolver a través del diálogo y la negociación.

México posee una renta estratégica en su relación con EEUU. Cerca del 10% de la economía  norteamericana depende  de la mano de obra  mexicana. México es ahora el principal socio comercial de los Estados Unidos, por encima de China y Canadá. Concentra el 16% de las exportaciones y el 15,2% de sus importaciones. Por su parte, destina a los Estados Unidos más del 80% de sus exportaciones. El combate a los cárteles y la represión al tráfico de fentanilo es también una preocupación y compromiso del Gobierno mexicano, que ha hecho avances importantes en los últimos años.

En este contexto de cruce de las dinámicas de la cooperación y el conflicto, el temperamento de Sheinbaum, realista y abierto al diálogo y la concertación de intereses, probablemente prima sobre la retórica de Trump.

La cuestión del canal de Panamá es una expresión expansionista del pensamiento jacksoniano. La primera potencia mundial decide, por sí misma y sin que medie ningún hecho o situación que lo provoque, “recuperar” el canal de Panamá, sin ningún derecho que suscite una controversia legítima, violando el derecho internacional y con  argumentos ajenos a la verdad demostrable. 

La afirmación de que China opera o gestiona el canal de Panamá es sencillamente falsa. También lo es la de un supuesto uso inequitativo. Según el Sistema Universal de Arqueo de Buques del canal, en 2024, los Estados Unidos movilizaron 160,12 millones de toneladas largas de carga, lo que representa el 74,7% del total de la carga. China movilizó un 21,4%.

 Cualquier acción militar pondría a los Estados Unidos al margen de la legalidad internacional y sería incompatible con el papel que se ha autoasignado el presidente Trump de proyectarse como un “pacificador”. La reacción panameña ha sido firme:

 El presidente José Raúl Mulino rechazó categóricamente las afirmaciones de Trump, enfatizando que “cada metro cuadrado del canal de Panamá y su zona adyacente es de Panamá y lo seguirá siendo”. Aseguró que la soberanía del país sobre el canal es “irreversible” y que su administración continuará bajo control panameño, respetando su neutralidad.

La comprensión de la racionalidad sobre la contradicción existente  entre  la retórica  y las líneas efectivas de  la acción  externa de  la nueva administración abona a un probable  curso de acción basado en el diálogo y la negociación. Su viabilidad implica encauzar  las consultas dentro del respeto estricto a la soberanía panameña sobre el canal y las disposiciones de los tratados Torrijos-Carter: la neutralidad permanente, su condición de vía abierta al tránsito pacífico de todas las naciones, tanto en tiempos de paz, como de guerra, y la cláusula que otorga a los Estados Unidos el derecho de intervenir militarmente para garantizar su neutralidad en caso de que estuviera en peligro.

La imposición de restricciones arancelarias tendrá impactos variables. En Sudamérica, a diferencia de Centroamérica, el principal socio económico es China. Si se elevan los aranceles para todas las importaciones norteamericanas, habría efectos sensibles, pero las decisiones estarán sujetas a las normas de los tratados de libre comercio y a los intereses de Estados Unidos de asegurar el abastecimiento interno. En todo caso, los efectos del nuevo proteccionismo no adquirirán las dimensiones que podría tener en México u otros países fuera de la subregión.

Las relaciones político-diplomáticas encontrarán un curso de mayor fragmentación. El enfoque bilateral por países se profundizará. Salvo, quizás, el caso de Venezuela si el Departamento de Estado decide recrear una suerte de nuevo Grupo de Lima.

El abandono del multilateralismo tendrá costos. La diplomacia del America First supone la primacía de los intereses norteamericanos sobre los de la comunidad internacional. Ampliará los niveles de divergencia con la región. Y como subproducto, aumentará los ya altos niveles de coincidencia con China.

Como lo ha recordado Joseph Nye, la ausencia de poder blando en los espacios de negociación produce que potencias rivales ocupen ese espacio de influencia.

Manuel Rodríguez Cuadros

Exministro de RREE. Jurista. Embajador. Ha sido presidente de las comisiones de derechos humanos, desarme y patrimonio cultural de las Naciones Unidas. Negociador adjunto de la paz entre el gobierno de Guatemala y la guerrilla. Autor y negociador de la Carta Democrática Interamericana. Llevó el caso Perú-Chile a la Corte Internacional de Justicia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *