Para un análisis trascendente, más allá de los medios de comunicación y del estado de opinión.

Tigrillo lanudo

El arte de gobernar es un juego de ajedrez político. Incomprensible para muchos. Y más en un país tan desbaratado como Colombia donde hasta a la movida de un peón se le juzga con moral puritana y exagerada vehemencia.

El Presidente Petro sigue demostrando ser un hábil y diestro jugador de ajedrez político. Es un imperturbable animal politicón. Sus jugadas a lo Fischer (el estadounidense que quitó la hegemonía ajedrecística a los soviéticos) han desatado las más humanas emociones. Desde gritos desgarrados hasta decepciones lacrimosas. Ha suscitado, también, escenas de divisionismo en las huestes progresistas, y, como siempre, burdas interpretaciones por parte de la oposición. Basta recordar aquel episodio en que Petro denunció por el Carrusel de la contratación a Samuel Moreno, alcalde de Bogotá, miembro de su propio partido el Polo Democrático Alternativo; el nombramiento del derechista José Félix Lafaurie como miembro negociador en la Comisión de Paz; su apoyo a Roy Barreras para ser presidente del Senado; poner a León Freddy Muñoz como embajador en Nicaragua (protegiéndolo de un falso positivo); apoyar a Gregorio Eljach para Procurador (para que no quedara el candidato de Vargas Lleras), apoyar al magistrado liberal Polo para la Corte Constitucional (para que no quedara una conservadora que pretendía retroceder el garantismo de la Constitución del 91); nombrar a Mauricio Lizcano como ministro de las tics; nombrar a Juan Fernando Cristo como ministro del interior; sostener a Laura Sarabia como alta funcionaria, nombrar gestores de paz a guerrilleros y paramilitares. Todas jugadas maestras con intencionalidad política pensando en la integridad del proyecto, no tanto en su imagen personal.

Mover a Armando Benedetti a distintos frentes de actividad ha sido otra estrategia de juego contra el aparataje político del establecimiento. Bogotá – Caracas – Roma han sido sus destinos para cumplir misiones que encajaban en sus saberes, o para conservarlo útil al proyecto político progresista. Ahora, el jugador Petro lo trae de nuevo a Bogotá. ¿A qué? Esta debería ser la pregunta antes que dejarnos llevar nuevamente por las emociones y las posturas moralistas descalificadoras. De qué nos sirvió leer El Príncipe de Maquiavelo, Calila y Dimna, inclusive El Quijote.

Armando Benedetti es un personajillo digno de la pluma de Shakespeare. O mejor, es un personajote al que se debe diseccionar y comprender desde la racionalidad política. De personajones semejantes a él, guardando las proporciones, está llena la historia: Joseph Fouché, político francés que se sostenía en gobiernos distintos cambiando de opinión y defendiendo causas enfrentadas; Grigori Rasputin, un asesor del régimen zarista en Rusia, y otros que permanecieron en la sombra. No obstante, Benedetti suma otros ingredientes que expresan o reflejan un segmento de la población colombiana, la misma que lo critica: es adicto a las drogas, apetece el licor, es machista, arribista, grosero, arrogante, cobra favores, excesivo amor propio. Pero ese ser tan imperfecto como muchos que se creen perfectos e impolutos tiene en su haber que desde el Congreso de la República (2018-2022) empezó a trabajar para que Gustavo Petro fuera Presidente. Le hizo campaña política y mediática; su apoyo fue efectivo, contundente, fundamental. Más efectivo que muchos simpatizantes del Pacto Histórico. Mejor dicho, Benedetti le dio alas a la candidatura del Presidente, influyó para que la imagen de Petro creciera en el imaginario colectivo.

Lo verdaderamente relevante es preguntarnos para qué Petro lo trajo de nuevo a Palacio. Este es el juego ajedrecístico que nos corresponde analizar. Colombia sigue siendo un país desbaratado con el Estado en poder de la ultraderecha corrupta y violenta, con los terratenientes firmes en la tenencia de la tierra, con el gran empresariado chupándose los impuestos y las gabelas estatales, con universidades públicas desfinanciadas, con cientos de municipios sin agua potable, con los grupos criminales disputando el control de los negocios de coca, petróleo, minería, ganadería y madera ilegales. Los demócratas y progresistas no hemos ganado nada aún. Solo tenemos un Presidente audaz, gran jugador de ajedrez político. Y este Presidente apenas juega con peones. No tiene ni alfiles, ni caballos, ni torres, ni la Reina o Dama –la principal pieza del tablero-. Éstas están en poder del establecimiento plutócrata y gansteril que carcome los recursos de todos.

El Presidente no tiene las iglesias, las que tienen la orden de seguir votando por el que diga Uribe. El Presidente no tiene las mayorías en el Congreso que pudieran cabalgar diligentemente con las reformas necesarias. Tampoco tiene las altas cortes y organismos de vigilancia y control que imparten la tan esquiva justicia. Ni tiene la que Reina sobre todas las cosas: el poder económico. Nuestro Presidente está solo, su equipo no da la medida, se salvan pocos funcionarios, muchos activistas y contratistas se mueven por sus intereses particulares, no se apropian del proyecto colectivo que busca transformar la estructura clientelar, excluyente y corrupta del Estado. Petro es mucho Presidente para un país tardío en valorar la oportunidad histórica que abrió su mandato.

¡Nada tenemos! Siguen gobernando los clanes políticos, Ni siquiera tenemos un Partido Único que coja ya las banderas para retener la presidencia y en especial para conseguir mayorías en el Congreso. Las principales fichas ajedrecísticas están jugando a favor de la ultraderecha que está aceitando con todos los lubricantes la maquinaria para pretender recuperar el control que perdieron en el 2022. La principal consigna vociferada en las marchas oposicionistas es “ni una sola reforma del guerrillero Petro”, esa es su única propuesta. En las reuniones de la gente de bien no se descarta el asesinato del Presidente. En Antioquia, el gobernador uribista está a puertas de establecer un impuesto, cargado a los costosos e impagables servicios públicos, para construir una cárcel y financiar convivires que repriman y maten pobres que protestan. Y estamos preocupados porque un peón del proyecto político dizque es “moralmente” inaceptable.

Benedetti es un guasón, un toma pelo, un gran comediante. Pero también es un político curtido, un zorro de muchas batallas que conoce toda la fauna política, esa cueva de transacciones que llaman Congreso. El Presidente Petro trae al campeón de las intrigas, el rey de copas de las tramoyas y acuerdos y concesiones, para lidiar con los parlamentarios reacios a los cambios y reformas sociales, para implementar los acuerdos de paz, para conseguir lo que no quiere hacer el ministro del interior, el mismo dentro del gobierno que hace campaña para aspirar a la presidencia. ¡Petro en el centro de una leonera! Pero siempre como el domador sin látigo. Es que la política es el arte de intrigar, el arte de convencer con astucia, el arte de llegar a puntos medios. Para esto trae a Benedetti. Un Presidente solo no puede avanzar en la transformación de un país, sin el concurso de muchos apoyos. Requiere bastiones, cuadros avezados, retóricos, peones de gran imaginación y maniobra. Los peones de calle, los de movilizaciones multitudinarias son los que han sostenido al gobierno del cambio. También los peones ponentes de reformas y votantes en el legislativo, los peones obreros y agrícolas, los estudiantiles y los jóvenes, las mujeres, los indígenas, las negritudes, los profesionales.

Para la ultraderecha todo es válido a la hora de avanzar en la conquista de puestos públicos y poder. Si hay que sobornar, si hay que comprar, si hay que prevaricar, si hay que amenazar, si hay que asesinar. Pues lo hace sin vacilaciones. Esto no quiere decir que la izquierda o el progresismo tenga que actuar de igual manera para lograr sus propósitos políticos. Se trata de actuar audaz y astutamente, sin cruzar unas líneas rojas que de hacerlo deslegitimaría el proyecto político. No se debe perder de vista que lo fundamental consiste en avanzar con eficacia en las líneas programáticas, no distraerse de las líneas de trabajo organizativo, trabajo pedagógico, lucha político-cultural permanente, mantener una discusión sin tregua sobre las estrategias para consolidar el proyecto. Todo por el proyecto político popular y democrático. Nada para el chisme, la trivialidad, la moralina, el desgaste de energías.

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