Por: elcolombiano
Robinson Díaz, célebre actor colombiano, encuentra en el teatro su verdadera pasión, destacando su impacto en la escena y su compromiso con el arte transformador.Representar historias ante el público, escuchar sus risas, ver sus reacciones, saber que salen satisfechos de la sala y aportar al bienestar de las personas, son la dicha de este célebre actor. Cuando alguien en el mundo habla de Robinson Díaz, debe hablar de teatro. Y cuando alguien habla de teatro, Robinson Díaz dice: ‘heme aquí’.Aunque el actor colombiano, nacido en Envigado (Antioquia), adquirió su reconocimiento nacional e internacional gracias a la televisión, la pantalla chica, las telenovelas y las películas, su pasión y el lugar donde se siente pleno es en el teatro.Se convirtió en uno de los artistas más queridos y respetados por los colombianos. Su genialidad le ha permitido no solo protagonizar producciones que marcaron la industria, sino también acompañar a generaciones. Gilberto Ramírez, ‘El Mago Kandú’, es uno de esos personajes que trasciende la pantalla. Aunque la frase esté trillada, es verdad. Con su particular forma de ver la vida, permitió a los televidentes salir de la cotidianidad, porque no hay nada que el gran ilusionista y prestidigitador no pueda desaparecer o transformar.En su hoja de vida ostenta reconocimientos en categorías como Mejor actor protagónico/Principal con ‘El baile de la vida’ (2005-2006), ‘María Madrugada’ (2002), ‘Pecados capitales’ (2002-2004) y ‘La mujer del presidente’ (1996-1997); Mejor actor antagónico con ‘Mentiras perfectas’ (2013-2014), y Mejor actor de reparto con ‘La otra mitad del sol’ (1994-1995). Sin embargo, nada de esto lo llena tanto como compartir de cerca con las personas, estar inmerso en un personaje construido desde cero y ser testigo de las lágrimas, las carcajadas y cada emoción que la historia y su interpretación puedan generar en un mismo espacio.“Me encanta hacer reír al público y que salgan satisfechos. Yo soy el instrumento, el autor y el traductor entre el personaje y el espectador”, asegura.Conocer a Robinson Díaz, el hombre que se desempeña como actor, es descubrir a alguien más allá de lo que hemos visto a través de una pantalla. Es cortés, sencillo y contundente en sus respuestas. Claro en sus posturas, y ahí puede estar la clave de su éxito profesional: en tener una identidad construida desde la fidelidad y en reconocer que vivir de la pasión es un lujo, aunque cueste caro poder desarrollarlo.Me encuentro con una persona muy diferente a la que imaginé. Es puntual, sereno, sensato y reservado. No es Gilberto, Óscar, Rigoberto o el Tío Quiñónez. Es Robinson, un hombre alejado del personaje que conocemos y queremos. Pero ese es el valor del buen actor: hacer que el público se enamore de un ser ficticio y lo busque en la persona hasta encontrarlo. Y a medida que la conversación avanzaba, encontraba a los hombres que han marcado la vida de muchas personas con su arte y esencia. Por eso no puedo dejar de preguntarle: “¿Qué tanto de Robinson Díaz se involucra en sus personajes tan diversos y complejos? “Parto de mí mismo. A los personajes les presto mis manos, mi cuerpo, mi voz. Los construyo y trato de ser fiel a lo escrito y a mi persona. Sufro y gozo. Mis personajes son mis columnas de opinión, mis editoriales”.Es consciente de que en Bogotá logró ser libre. Y a la capital le da gracias por existir y por construir una cultura que aprecia el teatro y todavía lo busca como un escape y una fuente de paz.“Gracias a Dios que existe Bogotá porque me permite desarrollar el teatro. El arte hace distintas a las personas y las hace más inteligentes”, manifiesta. Y, aunque suene rudo, explica que él no puede cambiar un país volcado a la música y a la rumba. Considera que cuando las personas no tienen acceso al arte transformador, se vuelven más violentas: “Esa es la realidad de nuestro país”.“Nuestra tradición teatral es bien pobre. El teatro no es un artículo de primera necesidad y lo que se hace frente a las personas es artesanía viva y pura, un acto plausible. El teatro nos permite trabajar otros géneros, explorar lo absurdo, hacer las cosas con mayor tranquilidad. Es escuchar lo que el personaje quiere contar y ponerlo en escena”.El teatro es vivencial, de primera mano. Aun cuando se llevan meses trabajando para que todo salga perfecto, cada noche lo inesperado se apropia del lugar. Se siente la tensión de lo que se espera y aquellos que están sentados frente a la obra se convierten en compradores exclusivos.Para Robinson, ser actor requiere sudor y constancia. Es otro estado del alma. “Yo me instruí, me eduqué, me capacito y sigo investigando. Me enfoco en mi trabajo”.A sus 58 años disfruta del lujo de trabajar junto a su familia y de tener estabilidad en el teatro. Enfoca toda su energía en ‘La Tropa’, la compañía teatral que fundó junto a su esposa, la reconocida actriz Adriana Arango, y su hijo, Juan José Díaz Arango.‘La Tropa’ es un sueño hecho realidad. Gracias a la alianza con el Teatro Libre de Chapinero, pueden trabajar y reunir talentos familiares y de colegas que se convierten en amigos.Es un espacio que le permite disfrutar de la estabilidad teatral y cumplir todos sus caprichos actorales. Por más de cinco años, han construido y presentado más de seis obras que le han permitido saborear el verdadero éxito: que el teatro esté lleno todas las noches.Nunca se niega a interpretar lo que él considera un buen papel, ya sea en el teatro, la televisión o el séptimo arte. Él simplemente quiere hacer buenos personajes que se queden en la memoria colombiana. Algún día sueña con ser maestro, una labor que define como un acto de generosidad. No sabe cuándo llegará ese momento, pero lo que Robinson Díaz no alcanza a imaginar es que no necesita estar detrás de un escritorio para impartir sus conocimientos y formar. Su arte educa y transforma.
Por: Andrea V. Caro Martínez